Estudios en EEUU han demostrado que 1 de cada 5 estadounidenses sufrió abusos sexuales de niño; 1 de cada 4 fue físicamente maltratado por uno de sus progenitores; y 1 de cada 3 parejas recurre a la violencia física. Un cuarto de la población creció con familiares alcohólicos, y 1 de cada 8 ha sido testigo de cómo pegaban a su madre. No hay estadísticas al respecto en América Latina, pero probablemente, la situación sea aún peor.
Las experiencias traumáticas dejan huella, tanto a gran escala (en nuestras historias y culturas) como cerca de nuestro hogar, en nuestras familias, con oscuros secretos que pasan imperceptiblemente de generación en generación. También dejan huella en nuestra mente y en nuestras emociones, en nuestra capacidad de disfrutar y de mantener relaciones íntimas, e incluso en nuestra biología y nuestro sistema inmunológico.
EL TRAUMA NO SOLO AFECTA A AQUELLOS QUE ESTÁN DIRECTAMENTE EXPUESTOS A ÉL, SINO TAMBIÉN A QUIENES LOS RODEAN. Los soldados que vuelven a casa después de combatir pueden asustar a sus familias con sus ataques de rabia y su ausencia emocional. Las esposas de los hombres que sufren trastorno por estrés postraumático suelen sufrir depresión, y los hijos de madres con depresión corren el riesgo de crecer con inseguridad y ansiedad. Haber estado expuesto a la violencia en la infancia suele dificultar el establecimiento de relaciones estables y de confianza en la edad adulta.
El trauma, también llamado bioshock, engrama, DHS, es por definición insoportable e intolerable. La mayoría de las víctimas de violaciones, de los niños que han sufrido abusos sexuales, de las personas que han sufrido abusos u otros tipos de violencia, sufren tanto cuando piensan en lo que han vivido que intentan sacárselo de la cabeza, intentan actuar como si no hubiera sucedido nada para seguir adelante. Hace falta muchísima energía para seguir funcionando, llevando sobre las espaldas el recuerdo del terror y la culpabilidad por la debilidad y la vulnerabilidad más absolutas.
Aunque todos queremos seguir avanzando y dejar atrás el trauma, la parte de nuestro cerebro que garantiza nuestra supervivencia (por debajo de nuestro cerebro racional) no responde bien a la negación. Mucho después de la experiencia traumática, esta parte puede reactivarse ante el menor atisbo de peligro y movilizar los circuitos cerebrales alterados y secretar enormes cantidades de hormonas del estrés. Ello precipita emociones desagradables, sensaciones físicas intensas y acciones impulsivas y agresivas. Estas reacciones postraumáticas parecen incomprensibles y abrumadoras. Al sentirse fuera de control, los supervivientes de traumas empiezan a temer estar dañados en lo más profundo de sí mismos sin posibilidad de curación.
Pero sabemos que sanar es posible… y necesario. Sólo se necesita tu compromiso y un acompañamiento profesional eficiente.