Alegría

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La ALEGRÍA es fundamental para mantenernos vivos y energéticos, normalmente la experimentamos cuando estamos satisfaciendo, o hemos satisfecho alguna necesidad en el presente inmediato. Si no se vive plenamente trae como consecuencia una sensación de falta de vitalidad que puede impedir que salgamos de manera suficiente a satisfacer nuestras necesidades, en un movimiento de nosotros hacia el mundo. Su objetivo es la vivificación.

DEFINICIÓN: La alegría, al igual que la tristeza, se asienta en la interpretación de la facticidad (los hechos) de la vida. Uno siente alegría cuando cree que sucedió, o sucederá con seguridad, algo que considera bueno: obte­ner algo deseado o conseguir un resultado añorado. Por ejemplo, que el equipo termine con todo éxito un trabajo, o enterarse de que a fin de mes recibirá un aumento de sueldo.

ACCIÓN: La alegría invita a la celebración, la apreciación y el regocijo por el logro. Por ejemplo, el equi­po puede tomarse un tiempo para celebrar, reconociendo los esfuerzos conjuntos; o uno puede salir a festejar el aumento con la familia o los amigos.

ACEPTACIÓN: Quien se permite celebrar, puede disfrutar las cosas buenas de la vida con mayor in­tensidad. A nivel individual, reconocer el logro obtenido permite cerrar una etapa y preparar el terreno para la si­guiente. A nivel colectivo, el festejo tiene además un efec­to aglutinante. Recompensa a los integrantes por el trabajo realizado y los prepara para experimentar; con ecuani­midad, lo que depare el futuro.

NEGACIÓN/RECHAZO. Cuando uno no se permite ce­lebrar, cae en la apatía. Experimenta dificultad para compartir no sólo la alegría, sino cualquiera de sus emociones. Al no festejar, solemos mantener el apego a lo obtenido y, convencidos de que la alegría está basada en si­tuaciones transitorias, tenemos miedo de perderlo.

OPORTUNIDAD PARA TRASCENDER: Se produce al encon­trar la alegría esencial de ser (en vez de la alegría limitada de tener) y al descubrir la dicha incondicional que siempre existe en las fibras más íntimas del corazón de todo ser hu­mano.


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