Represión emocional

Represion Emocional

Cada vez queda más claro que la fortaleza tiene más que ver con la flexibilidad que con la rigidez, con la expresión más que con la contención y con la libertad interior más que con la dureza para enfrentar las situaciones de la vida.

Haciendo una analogía, es lo mismo que pasa con los terremotos y las construcciones antisísmicas. Son aquellas que, al acompañar movimiento telúrico, se mueven mucho y, por lo mismo, no se caen. Las rígidas y las que no se mueven o se mueven poco, tiene altas probabilidades de quebrarse y derrumbarse (quizás de ahí venga esa frase tan absurda pero tan usada, de que uno se “quiebra” cuando se emociona).

Todo parece indicar que la contención emocional o la no expresión de las emociones que nos habitan en un signo de adaptabilidad frente a las presiones del medio y a lo que diariamente nos toca enfrentar. Otra vez el mensaje hacia el cuerpo es que no podemos comunicarnos como quisiéramos porque nos mostraríamos como desadaptados, poco maduros y con poca capacidad de tolerar frustraciones y situaciones de dolor en la vida.

Es frecuente que nos sintamos muy mal, que estemos enfermos y que igualmente tengamos la obligación de rendir en nuestros deberes como sea. Aquí preguntarle al cuerpo cómo se siente es casi ridículo y parece funcionar mejor la negación para enfrentar lo que haya que hacer, y una vez terminada la “obligación” el cuerpo vuelve a manifestarse con toda intensidad.

Es la maravilla de la adrenalina que hace que, frente a estados de presión, funcionemos con toda la energía, pero una vez desaparecido el “enemigo”, el cuerpo se dé el espacio para expresarse. Esto en mi vida ha sido una constante; siempre me he autodenominado de “posguerra” frente a las situaciones difíciles. Mientras tengo el deber en frente, funciono al cien por ciento, sin ni siquiera sentir el cuerpo o, mejor dicho, sintiéndolo como el mejor de los aliados. Pero cuando el evento pasa, literalmente me tienen que recoger con una cuchara, porque no valgo un centavo y todo el peso del cuerpo y de las emociones caen sobre mí.

Esto le ocurre a mucha gente y, sobre todo, a aquellos que necesitan presión para funcionar, y que en la medida en que tienen más cosas para hacer, son más eficientes. Cuando hay tiempo y está todo más relajado se da la paradoja de que dejamos todo para el final, como buscando esa presión y esa adrenalina que nos hace reaccionar. Esa dinámica probablemente tiene que ver con la forma en que nos han educado desde pequeños y que nos dice que en lo externo está la evaluación, por lo que somos muy malos para auto planificar y ordenar nuestros tiempos si no hay algo de afuera que nos obligue a hacerlo.

Lo mismo pasa con la evaluación de nuestras conductas que se centran en lo externo y no en una autoevaluación crítica y provechosa de nuestros comportamientos. Sería maravilloso que se nos enseñara desde pequeños a autoevaluarnos con honestidad con respecto a cuánto estudiamos y qué calificación mereceríamos tener de acuerdo al esfuerzo realizado. Hoy en día, se estudia por un número o por categoría más que por el placer de aprender y descubrir el mundo y a nosotros mismos, Esto, sumado al tema del entrenamiento centrado en la astucia y no en la bondad, vuelve a sacar el centro educativo hacia lo exterior.

La excelencia del alma y de los efectos es la única que nos podrá garantizar que los niños lleguen a ser un aporte real a la sociedad en la que viven. Pasó a ser parte de la carrera al éxito competir y sufrir para que nuestros hijos aprendan habilidades y no técnicas de autoconocimiento.

Extracto de Oidos Sordos, Pilar Sordo.


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