Supongamos que vamos al oculista porque tenemos un problema en la vista.
Luego de revisarnos, el médico se saca sus anteojos y nos lo entrega.
Nos dice – Póngase éstos, yo he usado estos anteojos durante diez años y realmente me han sido de mucha utilidad. Tengo otro par en casa; quédese usted con estos.
Usted se los pone, y su problema no solamente no mejora, ahora se agrava.
-¡Esto es terrible! – exclamará usted. ¡No veo nada!
-¿Por qué no le sirven? A mí me resultaron muy prácticos durante diez años. Le sugiero que ponga algo más de empeño.
-Lo pongo. Pero veo todo borroso.
-Bueno, señor, piense positivamente.
-Es que positivamente no veo nada.
-¡Que ingrato, le increpa el oculista. Después de todo, yo solamente quería ayudarlo.
Ahora pensemos, ¿qué probabilidad hay que volvamos a este oculista?
Casi ninguna. Seguramente no confiaremos en alguien que no escucha ni diagnostica antes de prescribir tratamiento.
Procurar primero comprender, y diagnosticar antes de prescribir; no es tarea fácil. A corto plazo resulta mucho más fácil entregar un par de anteojos que a uno le han sido útiles durante muchos años.
Aunque resulte difícil, hay que procurar diagnosticar o comprender antes de prescribir. Es la manera que utilizan los verdaderos profesionales ya que si no se confía en el diagnóstico tampoco se confiará en la prescripción.
Ten cuidado con los consejos que te den sin haberte escuchado profundamente antes. Ten cuidado con las recetas “mágicas”, pues lo que le sirvió a alguien puede no ser lo mejor para ti.
Ante una dificultad, frustración, síntoma, siempre hay que hacer una consulta particular para descubrir el conflicto específico que está afectando a la persona. No existen soluciones generales, sino particulares. Hay que ir más allá del síntoma para encontrar la causa profunda que lo genera.