En la actualidad, en muchos países del mundo, una gran cantidad de los hogares son mono parentales; esto significa que uno de los progenitores no está presente. En la mayor parte de los casos, es el padre quien deja el hogar familiar -ya sea por un divorcio o por otros motivos- y así, es la madre quien queda con una mayor presencia en la vida de los hijos.
El abandono de un padre es una situación difícil y dolorosa que provoca gran sufrimiento a los hijos, sobre todo, si son muy pequeños. Y, de hecho, trasciende la infancia para generar problemas en las vivencias y relaciones a futuro. ¿Es posible romper este círculo vicioso para generar vínculos más sanos y disfrutar de una vida plena?
EXPLORANDO LA FIGURA DEL PADRE AUSENTE
Muy a menudo, la figura del padre ausente se asocia a aquel hombre que ha abandonado el hogar y que no se vincula -o se vincula muy poco- con sus hijos. En este caso, la falta de la figura paterna es muy explícita porque físicamente se genera un vacío. Sin embargo, un padre también puede considerarse “ausente” cuando, estando físicamente presente, no ejerce su rol o lo hace de forma deficiente.
Un ejemplo muy común son los padres que trabajan muchas horas y solo llegan a casa para dormir. También puede suceder que el hombre, aun estando en presencia de los hijos y la mujer, se desentienda absolutamente de las tareas de cuidado, de la asistencia y el afecto que debería manifestar hacia su familia.
Sea cual sea la modalidad bajo la que se experimente, el abandono paterno genera profundas heridas emocionales en los niños. Por ejemplo, es fuente de una gran ansiedad infantil debido al trato esquivo y esporádico del padre, y, además, de una fuerte sensación de inestabilidad. El pequeño necesita saber que su familia es incondicional con él y que va a acompañarlo a descubrir el mundo. Sin embargo, se da cuenta de que con su padre no se cumplen estas expectativas.
LAS HUELLAS DEL ABANDONO EN LA EDAD ADULTA
Con el paso de los años, cuando se alcanza la adultez, es posible experimentar algunas dificultades como consecuencia de esa situación vivida en la infancia. Uno de los más comunes es el desapego afectivo, que provoca inseguridad al momento de establecer relaciones con los demás.
La incongruencia vivida en la infancia -entre lo que el niño espera: comunicación y afecto, y lo que recibe: silencios y vacíos-, suele reproducirse en las nuevas relaciones que el sujeto adulto contrae. Se manifiesta con respecto al trato hacia los amigos, la pareja e incluso, los propios hijos. Estas personas pueden ser acusadas de frías, poco comunicativas y solitarias.
Además, quien ha experimentado el abandono del padre, puede llegar a ser muy inseguro consigo mismo y con respecto a los otros; es alguien a quien le falta una “figura de apego”, al decir de la psicología, que le brinde seguridad en sus primeros pasos en el camino de la vida.
¿Cómo hacer para dejar de reproducir estas conductas nocivas? ¿Es posible dejar de ser el niño herido que fuimos, para ser adultos sanos que vivan vínculos amorosos, estables y seguros? El Coaching NeuroBiológico nos ofrece, en este sentido, una respuesta sólida.
Esta corriente nos invita a iniciar un camino de autodescubrimiento y sanación para terminar de elaborar la pérdida no resuelta de nuestro propio padre; incluso, puede ayudarnos a aprender a acompañar en este proceso a nuestros hijos, si es el caso. El objetivo es lograr el abordaje emocional y mental adecuado para cerrar esas heridas abiertas. Entonces, será posible disfrutar de una vida afectiva satisfactoria, amorosa y plena de sentido.