La ALEGRÍA es esencial para mantenernos vivos y con energía. Generalmente la sentimos cuando estamos satisfechos, o hemos satisfecho alguna necesidad en el presente cercano. Si la alegría no se experimenta en su totalidad, se experimentará una sensación de falta de energía que nos puede impedir satisfacer nuestras necesidades.
La alegría, al igual que la tristeza, se basa en la interpretación de la realidad (los eventos) de la vida. La sensación de alegría surge cuando se tiene la convicción de que algo positivo ha ocurrido o ocurrirá sin lugar a dudas: alcanzar algo anhelado o lograr un resultado deseado. Como cuando el equipo termina con éxito un proyecto, o cuando descubre que al final del mes obtendrá un incremento de sueldo.
La alegría incita a festejar, valorar y regocijarse por el éxito. Por ejemplo, el equipo puede dedicar algún tiempo para conmemorar, reconociendo los esfuerzos realizador; o se puede salir a celebrar el incremento con la familia o los amigos.
El que se permite celebrar, puede disfrutar las cosas buenas de la vida con mayor intensidad. Reconocer el logro alcanzado a nivel individual, facilita el cierre de una etapa y la preparación para la siguiente. A nivel grupal, la celebración también tiene un efecto unificador. Recompensa a las personas por el esfuerzo realizado y los prepara para enfrentar; con imparcialidad, cualquier cosa que el futuro les depare.
Si uno no se permite celebrar, cae en la apatía. Tiene problemas para expresar no solo la alegría, sino cualquiera de sus sentimientos. Al no celebrar, conservamos el apego a lo conseguido y, creyendo que la alegría depende de circunstancias temporales, tememos perderlo.
La oportunidad de trascender surge al descubrir la alegría esencial de existir (en lugar de la limitada alegría de poseer) y al encontrar la alegría incondicional que siempre está presente en lo más profundo del corazón de cada persona.