Buena parte de nuestras tensiones proviene de vivir mentalmente fuera de nuestros asuntos. Cuando pienso: «Necesitas encontrar un trabajo, quiero que seas feliz, deberías ser puntual, necesitas cuidar mejor de ti mismo», me estoy inmiscuyendo en tus asuntos. Incluso cuando me preocupo por los terremotos, las inundaciones, la guerra o la fecha de mi muerte, no me estoy inmiscuyendo en mis asuntos, sino en los de la naturaleza, la vida, universo de Dios. Si mentalmente no estoy en mis asuntos, el efecto es la separación de mi propio ser.
Ocuparme mentalmente de tus asuntos me impide estar presente en los míos. Me separo de mí misma y luego me pregunto por qué razón mi vida no funciona.
Pensar que yo sé lo que es mejor para los demás es estar fuera de mis asuntos. Incluso en nombre del amor, es pura arrogancia y el resultado es la tensión, la ansiedad y el miedo. ¿Sé lo que es adecuado para mí? Ese es mi único asunto.
La próxima vez que sientas tensión o incomodidad, pregúntate de quién son los asuntos en los que te ocupas mentalmente. Esa pregunta puede devolverte a ti mismo. Tal vez llegues a descubrir que, en realidad, nunca has estado presente y que te has pasado toda la vida viviendo mentalmente en los asuntos de otras personas.
Y si practicas durante un tiempo, quizá descubras que en realidad no tienes ningún asunto y que tu vida funciona perfectamente por sí misma.
Un pensamiento resulta inofensivo a menos que nos lo creamos. No son nuestros pensamientos, sino nuestro apego a ellos, lo que origina nuestro sufrimiento. Apegarse a un pensamiento significa creer que es verdad. Una creencia es un pensamiento al que hemos estado apegados, a menudo durante años.
La mayoría de la gente cree que «es» lo que sus pensamientos dicen que es. Los pensamientos sencillamente aparecen. Provienen del pasado, como nubes que se mueven a través de un cielo vacío. Están de paso, no han venido para quedarse. No son perjudiciales hasta que nos apegamos a ellos como si fueran verdad.
Los pensamientos son como la brisa o las hojas en los árboles o las gotas de lluvia que caen. Aparecen del mismo modo, y se van solos, a menos que te apegues a ellos.