La infección se define por el crecimiento localizado o generalizado de un germen patógeno (que provoca la enfermedad) en el cuerpo, ya sea una bacteria, un virus, un hongo o un parásito. Esta condición ocurre cuando el sistema inmunológico es incapaz de combatir este patógeno invasor.
En mi vida, este germen puede estar vinculado a una situación o persona con la que estoy teniendo conflicto, generalmente interno, y que no le he expresado a nadie. Si no se aborda, se manifestará como una infección.
El malestar y el estrés debilitan mi sistema inmunológico, que no puede evitar que se produzca una invasión. Tengo que preguntarme: “¿Qué me molesta o me afecta tan profundamente?” Podría estar experimentando un trastorno o trauma emocional, una crisis familiar o profesional, o incluso estar relacionado con el hecho de que estoy experimentando demasiado estrés en mi vida.
La importancia de este enojo se vuelve aún más evidente si la infección va acompañada de dolor o fiebre. Es importante tener en cuenta en qué parte de mi cuerpo está afectado. Por ejemplo, si es una infección de mis genitales, estoy pasando por una situación conflictiva que me está molestando y enojando mucho por mi sexualidad o la forma en que la percibo.
La infección continuará hasta que supere esta situación y puede que me lleve algún tiempo encontrar una solución porque temo las consecuencias y el cambio que esto traerá a mi vida. La infección generalmente ocurre después de que mi sistema inmunológico se debilita, lo que implica que mi autoestima está en juego: Los conflictos mentales se vuelven físicos.
Las personas propensas a las inflamaciones tratan de rehuir a los conflictos. Ante una enfermedad infecciosa, se deben plantear las siguientes preguntas:
1. ¿Hay conflictos en mi vida que no puedo ver?
2. ¿Qué conflictos quiero evitar?
3. ¿Qué conflicto me niego a reconocer?
Para encontrar el tema del conflicto, se debe estudiar cuidadosamente el simbolismo del órgano o parte del cuerpo afectado.
La infección es una de las causas más comunes de procesos patológicos en el cuerpo humano. Los síntomas más agudos son la inflamación («-itis«), que van desde el resfriado común hasta el cólera o la viruela.
Este es un término de «guerra«, porque en realidad es una guerra. «Guerra en el cuerpo«: una fuerza de agentes hostiles (bacterias, virus, toxinas) que tienen peligrosas probabilidades de atacar nuestro sistema de defensa del cuerpo e invadirnos.
Experimentamos esta batalla a través de síntomas como hinchazón, enrojecimiento, dolor y fiebre. Si el cuerpo vence a los agentes invasores, la infección queda vencida. Si el agresor gana, el paciente morirá.
Siguiendo nuestro razonamiento, trasladaremos la analogía a otro nivel: el psíquico. Una persona también puede explotar. Pero con esta expresión no nos referimos a un absceso sino a una reacción emocional a través de la cual se intenta liberar un conflicto interno.
La polaridad de nuestra mente nos coloca en un conflicto constante, en el campo de tensión entre dos posibilidades. Permanentemente tenemos que decidirnos, renunciar a una posibilidad, para realizar la otra. Por lo tanto, siempre nos falta algo, siempre estamos incompletos.
Lamentablemente la mayoría de la gente tiende a creer que, si el conflicto no es visible, entonces no existe. Pero cuando el individuo no está dispuesto a reconocer sus conflictos, aceptarlos y buscar soluciones, estos pasan al plano físico y se manifiestan como inflamación o enfermedad. Cada infección es un conflicto específico.
El conflicto negado en la mente (con todo su dolor y peligro) surge en el cuerpo como enfermedad.
Así como el cuerpo se fortalece después de cada infección, la mente también se vuelve más fuerte después de cada conflicto, porque al enfrentar el problema ha aprendido algo, ha ampliado sus límites y se ha vuelto más consciente.
De cada conflicto extraemos información (conciencia), similar a la inmunidad específica, que permite al individuo ahora poder afrontar el problema sin peligro. Además, cada conflicto superado enseña a las personas a afrontar mejor y con más valentía los problemas, lo que corresponde a la inmunidad del plano material.
La infección es un conflicto trasladado al plano físico. Pero eso no significa que debamos cometer el error de restar importancia a las enfermedades infecciosas pretendiendo que “no tengo ningún conflicto”. Es haciendo la vista gorda ante los conflictos que enfermamos.
Esta investigación requiere algo más que una mirada superficial: requiere una sinceridad inquebrantable que a menudo es demasiado ofensiva para la conciencia. Y es este malestar el que siempre queremos evitar. La cuestión es si el proceso físico de la enfermedad puede sustituir fundamentalmente al proceso psicológico. No es fácil responder a esta pregunta, porque la división entre conciencia y cuerpo es sólo una herramienta argumentativa, porque en realidad los límites no son muy claros. Porque lo que sucede en el cuerpo, también lo experimentamos en la conciencia, en el alma.
Cuando te golpeas el dedo con un martillo, dices: me duele el dedo. Pero esto no es cierto, porque el dolor sólo está en la mente, no en los dedos. Lo que estamos haciendo es simplemente proyectar un sentimiento de “dolor” psíquico en nuestro dedo. Precisamente porque el dolor es un fenómeno mental, podemos influir en él eficazmente: mediante distracción, hipnosis, narcosis, acupuntura. (Quien piense que esta afirmación es una exageración, ¡recuerde el fenómeno del dolor fantasma!, donde se experimenta dolor en una parte del cuerpo amputada)
Todo lo que experimentamos y soportamos durante una enfermedad física sucede sólo en la mente, nuestra mente. La definición de «mental» o «somático» se refiere únicamente a la superficie de proyección. La materia – y por tanto también el cuerpo – sólo puede servir como superficie de proyección, pero nunca es ella misma donde surge el problema y, por lo tanto, tampoco es allí donde puede resolverse.
El cuerpo, como superficie de proyección, puede ser una gran ayuda para un mejor auto conocimiento, pues sólo el conocimiento puede proporcionar solución.
Por lo tanto, cada proceso patológico del cuerpo representa sólo el desarrollo simbólico de un problema, cuya experiencia enriquecerá conciencia. Esta es también la razón por la cual cada enfermedad tiene una etapa de maduración. Es decir, se establece un ritmo entre el manejo físico y psicológico de un problema.
Si el problema no puede resolverse con la conciencia, el cuerpo participará. Es un escenario material en el que se dramatiza el problema no resuelto, en forma simbólica. La experiencia vivida, cuando se sane, entrará en la conciencia. Si a pesar de haber acumulado experiencia, la conciencia aún no puede captar el problema, volverá al cuerpo para seguir creando experiencias materiales. Esta alternancia se repetirá hasta que las experiencias acumuladas permitan a la conciencia resolver el problema o conflicto de una vez por todas.
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La fiebre es sintomática de emociones que me queman. Estas emociones se transforman en ira contra mí y los demás, o contra un suceso. Invade mi cuerpo entero.
¿Por qué necesito yo ir hasta este extremo? ¿Es mi modo de compensar para hacer reposo y recibir más amor y atención? ¿Necesito este tiempo de paro para ajustarme a una realidad que cambia muy rápidamente? https://coachingneurobiologico.com/sanarlasheridas/fiebre/