Un dolor crónico puede ser la resultante de capas y más capas de dolor imaginario, pero también puede ser el resultado de una enfermedad o un accidente sucedidos hace tiempo.
En este último caso, el dolor crónico sobreviene como la combinación de: o el dolor originario (una herida, una lesión, un tumor, una disfunción orgánica); o la resistencia a sentirlo (“Esto no debería pasar”, “Esto es demasiado para mí”); o el dolor imaginario (miedo a estar incapacitado, miedo al futuro, miedo a la muerte, etcétera).
El dolor puede transformarse y disminuir si la persona deja de resistirlo y de creer las historias que su mente le está contando.
Entonces, es esperable que el dolor real original se empiece a transformar y la curación sobrevenga naturalmente.
Cuando hay dolor crónico, también hay una historia y una auto-imagen creada por el hecho de haber sufrido durante cierto tiempo.
Cuando nos acostumbramos a estar enfermos o doloridos, pensamos que “poseemos” la enfermedad (a menudo oímos expresiones como “mi artritis” o “mi tumor”).
Hemos visto a mucha gente recuperarse de sus dolores crónicos con sólo desactivar el sistema de creencias que lo sustentaba.
Otros han tenido que ir más allá del proceso de desactivación de creencias.
Tuvieron que permitirse sentir el dolor creado por esas creencias y desactivar la auto-imagen resultante.
Esto implica hacer cambios radicales de percepción, de hábitos y de comportamientos.
Otros han tenido que profundizar todavía más, sintiendo y reviviendo el dolor original de manera total y cruda, accediendo a veces a experiencias anteriores al nacimiento e incluso a resonancias generacionales, o al simple y puro dolor común a toda la humanidad.
Cuando alguien acude a nosotros en una consulta, nunca sabemos qué va a suceder.
No importa de dónde vengan esas resonancias, siempre las tratamos como energía presente.
muy interesante la información